Quienes nos consideramos observadores aficionados del cielo no podemos ignorar la posición de tal estrella, o la forma de aquella otra constelación. Nos elevamos en la penumbra de la noche para tratar de alcanzar la divina belleza que nos observa desde arriba, abajo, los costados, cualquier dirección a la que veamos. Una épica composición musical resuena en nuestras mentes e imaginamos cualquier tipo de vehículo inconcebible capaz de transportarnos miles, incluso millones de años luz lejos de nuestra querida Tierra. Porque quizá no nos alcanza la vida aquí; porque quizá nuestro mero propósito es palpar con las palmas de nuestras manos la superficie de otro mundo y dejar que - más que nuestras huellas - nuestras lágrimas de felicidad echen raíces de nueva vida. Imaginamos respirar un aire benefactor. ¿Existirá realmente en otro lugar el aire que suspiramos aquí?
Imaginamos tantas cosas viendo tan poco que si pudiésemos verlo todo, nuestras mentes se volverían insanas de una manera irreversible. ¿Y quién dice que eso no sea otra simple conclusión basada en nada más que imaginación? Dejando de lado la imaginación y concentrándonos simplemente en el hecho de observar las estrellas, nunca nos preguntamos por qué todas las noches vemos las mismas. Imaginamos tanto pero.. ellas siguen estando ahí, las mismas siempre. ¿Por qué? Soñé muchas noches con encontrar nuevas constelaciones en el lugar donde otras habían estado antes. Pero eso nunca sucedió. Puede que un fetiche sea tan estúpido como una falsa creencia, ¿pero acaso la misma existencia no es de por sí un fetiche que ni siquiera podemos comprender? Creo que las estrellas están donde están para que alguien pueda verlas, para que ese alguien pueda crear a partir de ellas lo que por si solas no pueden: Imaginar. ¿Es preciso decir eso? No lo creo aunque suene hipócrita. Las estrellas son la infinita maquinaria colosal que en su peregrinaje espacial crean la magia que aquí en la Tierra llamamos vida. La vida evolucionó en el ser único e irrepetible que conocemos según el universo conocido, y es este ser el que lleva consigo el arma más devastadora en su poder: la imaginación. Por lo tanto las estrellas nos imaginaron alguna vez. Así que en este momento mientras observo las mismas estrellas que estuvieron encima de mí durante todos mis años de vida - inclusive mucho antes de que este planeta diera su primera vuelta al rededor del sol - puedo afirmar que ellas sí pueden imaginar aun cuando no saben que lo hacen.
Cuando las estrellas dejan de nacer, nosotros los observadores podemos sentirlo, y creo que se debe a que ellas mismas nos están pidiendo que echemos un vistazo más profundo para verlas con más recelo. Una estrella deja de nacer cuando nadie la ve. Ojalá todos los seres humanos fuésemos una sola unidad y que como tal, pudiésemos observar el cielo para que ninguna otra estrella deje de nacer. No es el capricho de alguien que “pierde tiempo” mirando puntos en el cielo, es la certeza de poder seguir imaginando más de lo que vemos. Tendría que ser ley aquella frase que alguien alguna vez recitó después de observar cómo las estrellas dejaban de nacer: ”De las estrellas venimos, hacia las estrellas vamos”
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